El enfado: ¿Por qué nos resulta tan difícil controlarlo? Ivan Ribas



¿Te enfadas a menudo? ¿Eres de grito fácil? ¿Sientes a veces que "te va a dar algo" porque las cosas no son como te gustaría que fueran?  Toma nota y aplícale paciencia y aceptación. Tu salud te lo agradecerá.




La mayoría de las personas pasamos demasiado tiempo enfadadas, aunque sean sólo explosiones cortas de un grito o dos, pero reiteradas. Nos enfadamos con los hijos, con los amigos, con la pareja, con el trabajo, con la vida. Y el enfado es como una batería que se va cargando, cada vez coloca a las partes en posiciones más enfrentadas y hace nuestros esfuerzos más ineficaces. Por si fuera poco, tiene una incidencia directa en un amplio abanico de enfermedades -incluidas las del corazón, presión arterial y otras.
 
El enfado supone una negación de la realidad, que no nos gusta y nos hiere. Nos duele como un golpe y reaccionamos con rabia y con agresividad -si podemos, hacia fuera, y si no podemos exteriorizarla, hacia dentro. En cualquier caso, siempre que nos enfadamos algo se altera dentro y reaccionamos atacando en una actitud de defensa. El problema es que esa supuesta defensa, contra quien primero arremete es contra nosotros mismos, ya que se trata de una emoción con incidencia directa en nuestro estado físico y mental. Como el odio, el enfado es "como una piedra ardiendo que a quien primero quema es a quien la lanza".

Nos enfadamos contra lo que no aceptamos.

Nos enfadamos en relación directa al nivel de nuestras exigencias y nuestras expectativas. Y, por el contrario, es inversamente proporcional a nuestro nivel de aceptación. La frecuencia de nuestros enfados nos proporcionan, pues, una pista clara de nuestra capacidad de tolerancia y aceptación; asimismo, el objetivo de nuestros enfados identifica nuestros puntos flacos emocionales y cuáles son las personas y situaciones en las que deseamos ejercer un mayor control.

Por ejemplo, hay personas que tienen una relativa paciencia en los conflictos laborales y difícilmente pierden la sonrisa con sus amistades y, sin embargo, cuando están con sus hijos, o con la pareja, las explosiones son frecuentes y el grito fácil. Esto no significa que sus hijos o su pareja le traten peor que el resto del mundo -si bien generalmente el enfado va asociado a la autocompasión, la victimización y una idea latente de injusticia contra la que nos rebelamos. Sin embargo, por mucho que insistamos en culpabilizar al objeto de nuestros enfados, el mensaje claro que deberíamos observar es que tenemos un conflicto de aceptación con esa persona o situación en concreto, y más profundo cuanto mayor es la intensidad de nuestro enfado.

El primer test que deberíamos plantearnos consiste, por consiguiente, en detectar las personas o situaciones con las que nos alteramos con más frecuencia.

Si la respuesta es "todo" (las obras en la calle, la escuela de nuestros hijos, los tics de nuestra pareja, o de nuestra expareja, el carácter de nuestros hijos, las "traiciones" de nuestras amigas o las chapuzas del gobierno), significará que necesitamos una buena dosis de reflexión y, probablemente, cierta ayuda externa (libros de filosofía o autoayuda, técnicas de relajación...) que nos posibiliten una perspectiva más abierta y nos aporten una buena dosis de amor para mirar y relacionarnos con el mundo que nos rodea.

Si, por el contrario, los objetos de nuestro enfado son pocos y claramente identificados, nos estarán señalando los puntos flacos de nuestra inteligencia emocional. Lo que más nos duele. Lo que no controlamos y queremos desesperadamente dominar.
 
A mayor ego, más motivos para el enfado.


Otra pista clara que nos presenta la frecuencia e intensidad de nuestros enfados tiene relación con el tamaño de nuestro ego. Cuanto más grande es nuestro ego, más inflado y gigante, más fácil es que cualquier acontecimiento lo perturbe. Cualquier movimiento exterior puede tocar su sensible piel en carne viva. Un gesto de disgusto de alguien es considerado una ofensa (sin pensar que esa persona puede tener un millón de motivos presentes en su vida, aparte de nuestra mera presencia); una mirada puede resultar hiriente, todas las palabras, gestos o actitudes de nuestro entorno pueden entrar en confrontación con un ego demasiado hinchado al que todo le toca.

El filósofo tolteca Miguel Ruiz nos recuerda, en uno de sus cuatro acuerdos, la importancia de "no tomarnos nada personalmente". Cada persona vive su vida como una película en la que ella es la protagonista y el resto son meros figurantes. Cada cual intenta resolver sus miedos, sus carencias  y sus pequeñas miserias lo mejor que puede, y sus reacciones ante el mundo y ante la vida tienen más que ver con eso (con sus miedos, frustraciones y, finalmente, con su propia búsqueda) que con nosotros, pobres figurantes que simplemente pasábamos por ahí.

No somos tan importantes, o tan gigantes, o tan presentes en la vida de todo el mundo como para que cualquier cosa que digan, miren, piensen o sientan tenga que ver precisamente con nosotros. Desde el momento en que comprendemos esto (que cada persona está en su propia búsqueda, afrontando unos problemas y unas limitaciones concretas en cada momento dado, y resolviéndolo lo mejor que puede) nos sentiremos menos afectados personalmente por las opiniones o actitudes ajenas. Y probablemente haremos uso de una paciencia más sincera, y sin esfuerzo, asentada en la comprensión y el amor.

Porque al fin y al cabo, ¿no es ésa la propia historia personal, la de cualquiera? El crecimiento es como un parto difícil, una retahíla de contracciones dolorosas, que cada cual vive a su manera. Y en cada una de ellas, a veces perdemos las formas.
 
Controlar versus reprimir.


Cuando sentimos las consecuencias del enfado (la presión alta, dolor de cabeza, la garganta irritada tras los gritos y, sobre todo, el aplastante peso del mal rollo, la culpa y la ausencia de amor), a menudo nos preguntamos, ¿por qué es tan difícil controlarlo? ¿Por qué se me va de las manos por mucho que me proteja y me empeñe en que "esta vez no me desbordará", que "esta vez tendré paciencia y mantendré la calma"? El maestro budista Kelsang Gyatso considera que la respuesta está en que nuestra paz interior es muy débil, por lo que nos supone un gran esfuerzo alcanzarla, aun momentáneamente, y mucho más mantenerla. Por el contrario, todas las causas de rechazo y sufrimiento que hemos establecido en nuestra mente (ego, apegos, competitividad, territorialismo, exigencias...) son muchas, muy diversas y muy fuertes, presentándonos continuas oportunidades de dolor y frustración.

Nuestros hábitos cotidianos de pensamiento, palabra y comportamiento afianzan continuamente nuestras tendencias más destructivas mientras que el supuesto objetivo primero y prioritario de felicidad/paz interior se pierde en el camino y nos desentendemos de él. Y lo desatendemos.

Cuando el budismo, la Terapia Racional Emotivo Conductual (TREC) la Gestalt o un sinfín de filósofos de todos los tiempos nos recuerdan, por tanto, la necesidad de un pensamiento racional que nos ayude a controlar las emociones que nos traicionan y a fortalecer las que se presentan como nuestras mejores aliadas, nos están señalando una estrategia que no tiene nada que ver con la represión de los sentimientos.
 
"Controlar el enfado no es lo mismo que reprimirlo. Esto último lo hacemos cuando ya domina nuestra mente, aunque no lo reconozcamos. Pretendemos no estar enfadados y controlamos nuestras acciones, pero no el odio propiamente dicho".
 
Cuando reprimimos los sentimientos, las emociones o los pensamientos, no dejamos de sentirlos. Una amiga nos dice algo que nos molesta profundamente y callamos para evitar el conflicto. Reprimimos un impulso que podría conducirnos a una situación de conflicto que no deseamos, pero no lo controlamos, porque el sentimiento está ahí (nos molesta), y probablemente siga estando con más fuerza, calentándose como una olla a vapor conforme surgen reiteradamente situaciones similares que nos dolerán cada vez más y más, hasta que llega el momento del estallido. Momento que siempre llega, ya sea hacia fuera (con toda la larga lista de resentimientos archivados) o hacia dentro (con dolores de cabeza, insomnio, gastritis y alteraciones varias de la salud).
 
El control, por otra parte, no implica represión ni dolor alguno. Podemos callar o podemos responder ante el supuesto "ataque" de nuestra amiga, pero no hay molestia ni dolor si simplemente comprendemos y aceptamos. Si no sentimos la herida, probablemente lo que digamos, con amor, no será hiriente. En ese momento en que realmente controlamos nuestra mente (nuestros pensamientos, nuestras emociones) no experimentamos dolor, y por lo tanto no hay nada que reprimir. Y consecuentemente, no hay motivo para el enfado.

El arte de "pensar mejor para vivir mejor" consiste en el arte de controlar nuestro pensamiento (y por consiguiente nuestras emociones) sin olvidar en ningún momento nuestro objetivo prioritario (ser felices, nuestra paz interior). Con la práctica acaba convirtiéndose en una actitud espontánea y sin esfuerzo. Y ya no hay nada que controlar. Ni mucho menos reprimir.

"Nuestra tarea en la vida es aprender a amar. Y los ingredientes más útiles para aprobar la asignatura residen en la comprensión y la aceptación".

Christine Longaker.
 

El enfado y la salud.


La relación entre el enfado y las alteraciones de la salud (y en concreto con las enfermedades del corazón) parece ser más compleja de lo que en un principio se pensaba.



Un reciente estudio confirma el efecto pernicioso de contener la rabia, pero precisa que exteriorizar los enfados de forma leve puede contribuir a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

Muchas investigaciones han coincidido en que la tendencia a la ira y el enfado reiterado tienen una relación directa con las enfermedades coronarias, sin embargo, pocos trabajos se han ocupado de investigar cómo afectan las diferentes formas de expresar esa ira. La Facultad de Salud Pública de la Universidad de Harvard, en Boston (EEUU), ha presentado recientemente las conclusiones de un estudio realizado con más de 23.000 varones de entre 50 y 85 años, en el que manifestaban la forma en que se comportan cuando se enfadan. En el transcurso de los dos años que duró el seguimiento se registraron 328 casos de enfermedades cardiovasculares.

La sorpresa no fue observar la alta incidencia de las enfermedades del corazón en personas propensas a la ira, sino descubrir que aquellos hombres que mostraban niveles moderados de expresión de sus enfados tenían sólo el 50% de riesgo de sufrir un infarto de miocardio que aquellos que reprimían completamente su ira.

La conclusión de Patricia Eng, directora del estudio, fue que "expresar el enfado de forma moderada parece proteger frente a estas patologías".


El dolor de cabeza.


Saber controlar nuestros enfados va a ayudarnos a sufrir un menor número de dolores de cabeza y otros males mayores, a partir de otro estudio realizado por un médico de la Universidad de Saint Louis (Missouri). Sus conclusiones nos dan algunas pistas sobre lo que podemos hacer cuando la ira nos asalta. Desfogarnos o no, ésa es la cuestión.

Robert Nicholson, principal responsable del estudio, publicado en la revista médica "Headache" (especializada en dolores de cabeza, como su nombre indica), afirma que, en efecto, el enfado puede ser un ingrediente más entre los que interaccionan entre sí provocándonos dolores de cabeza reiterados. Nicholson ha estudiado 422 personas adultas de ambos sexos, entre las cuales 171 sufrían este tipo de dolencia. El científico analizó psicológicamente a cada persona, descubriendo si tenía o no un carácter colérico, y cuantificó cuán frecuentes y severos eran los dolores de cabeza que padecía. También tuvo en cuenta si el individuo tenía ansiedad o estaba depresivo, factores que ya han sido anteriormente relacionados con el dolor de cabeza.

Según los resultados, enfadarse puede provocar dolores de cabeza más fácilmente que la depresión o la ansiedad, sobre todo si intentamos mantener la ira en nuestro interior. ¿Quiere decir esto que Nicholson recomienda exteriorizarla? No exactamente: en ocasiones, este comportamiento no es la mejor opción, dado que no resulta aconsejable gritarle a nuestro jefe, divorciarnos de nuestros hijos o hacer gestos obscenos al conductor que nos ha perjudicado en pleno tráfico, por poner unos ejemplos.

Lo que propone Nicholson es aprender formas de combatir el enfado, evitándolo. Éstas son sus recomendaciones:

 -Realizar tres inspiraciones profundas. Cuando estamos enfadados, nuestro cuerpo se vuelve tenso, y respirar profundamente ayudará a disminuir esta tensión.

-Entender por qué estamos enfadados. Debemos actuar como detectives y encontrar aquellos tipos de situaciones, personas o eventos que nos despiertan la ira. Así podremos evitarlos más fácilmente.

-Expresémonos. pero asegurándonos que no hacemos más daño. Expliquemos a los demás cómo nos sentimos, de una forma tranquila y comunicativa. Si a pesar de todo expresar nuestro enfado podría provocar nuestro despido, nuestro divorcio o incluso nuestra muerte, es mejor hablar con un amigo que con la persona que la ha provocado.

-Cambiemos de entorno. Paseemos durante cinco minutos y tomemos un poco de aire fresco. O pongamos la radio en medio del tráfico y cantemos a pleno pulmón.

-Miremos las cosas como una graduación de grises, y no como blanco o negro.

-Reconozcamos que la vida a veces es injusta y que en ocasiones quienes nos hacen enfadar no tienen razón.

-Dejemos ir las cosas que están fuera de nuestro control. Sólo puedes cambiarte a ti mismo y tus respuestas frente a los demás, no lo que los otros te hagan a ti. Enfadarse no soluciona la situación y nos hace sentirnos peor.

-Y por último, perdonemos. Quizá sea la estrategia más difícil, pero sin duda es la más efectiva.
 
La perspectiva espiritual:

 
Las consecuencias del enfado.

 
 El enfado es uno de los engaños más comunes y destructivos que nos afecta casi todos los días. Nos solemos enfadar cuándo no conseguimos lo que queremos o cuando nos tenemos que enfrentar con lo que no nos gusta. Existen innumerables situaciones en las que podemos enfadarnos con facilidad y las consecuencias son obvias: cuando nos enfadamos perdemos nuestra paz interior y felicidad y nos sentimos incómodos e inquietos, aumenta nuestro malestar, no podemos controlar nuestras emociones y se obstaculiza nuestro progreso espiritual. Perdemos el sentido común y no somos razonables. Incluso dañamos a quienes queremos ya sea física o verbalmente, con el deterioro que ello conlleva en nuestras relaciones.

Superar el  enfado no es una meta inalcanzable. Nuestros pensamientos surgen debido al poder de la familiaridad, cuando nos acostumbramos a hacer algo adquirimos destreza en ello. Para ello debemos observar nuestra mente con atención en todo momento, y será más fácil reconocerlo en cuanto surja.

¿Cómo controlar el enfado?

 
-Cuándo nos demos cuenta de que nos vamos a enfadar, hemos de recordar las consecuencias.

-Tomar una fuerte determinación de no enfadarnos teniendo en cuenta sus consecuencias será de gran ayuda. Al principio podemos hacerlo durante unas horas, con el tiempo durante días.

-En vez de culpar a las circunstancias externas o a los demás, hemos de considerar que nuestra falta de aceptación y consiguiente enfado son las causas de nuestro malestar.

-Si aceptamos a los demás tal y como son, sin juzgarlos, mejoraremos nuestras relaciones y controlaremos nuestras actitudes de enfado y crítica.

-Cuando estemos a punto de enfadarnos con alguien, hagamos un esfuerzo por recordar todo lo bueno que recibimos de esa persona.

-Alegrarnos de las buenas cualidades de los demás y de su buena fortuna contrarrestará nuestro enfado y nuestras críticas, nos ayudará a desarrollar potenciales similares a los que admiramos y, al mismo tiempo, nos ayudará a superar la envidia.

-El auténtico antídoto del enfado es la paciencia.

-Paciencia no es resignación. Con paciencia podemos mejorar lo que deseemos y comunicarnos mejor con quienes nos rodean.

-Shantideva, antiguo maestro budista indio, decía que en momentos de mucho enfado es mejor quedarnos como un trozo de madera que actuar movidos por una actitud destructiva. En ese momento nos podemos aislar, relajar nuestro cuerpo y con él calmar la mente.

-Controlar el enfado no es reprimirlo.

-Si rechazamos las dificultades y nos enfadamos, no hacemos más que empeorar la situación.

-Shantideva también decía: "si algo tiene solución, ¿por que ser desdichados? Y si no la tiene, tampoco hay razón para serlo".


  
Ivan Ribas. Director del Centro Budista Mahakaruna de Barcelona.

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