Un buen sistema de trabajo consiste en cambiar nuestro modo de considerar las diversas situaciones con que nos cruzamos. Sabemos que los diferentes estados mentales surgen como medio para obtener distintos propósitos; pero lo más importante es dar prioridad a nuestro equilibrio interior y hacerlo nuestra meta.
Una excelente manera de hacerlo es ejercitar el contentamiento. Si tuviéramos la fortuna de convivir con un sabio o un maestro entenderíamos lo que esto significa y el valor que tiene. Nadie, incluidos los maestros, estamos privados de contrariedades. Las personas inteligentes simplemente las asumen, conviven con ellas sin rechazarlas y se hacen flexibles para no quebrarse. Los sabios se hacen blandos y no se resisten a lo que sobrevenga. De este modo mantienen su paz interior. El contentamiento les hace percibir las dificultades y problemas de modo que pueden proteger su espacio mental.
Este contento interior viene de una determinación interna de ser feliz: "No voy a permitir que nada me perturbe, no vale la pena, nada es motivo suficiente para hacer que me preocupe".
Hay algunas ideas pueden servirnos para apoyar esta decisión. Por ejemplo, ante una situación difícil pensamos que antes o después iba a suceder, después de todo en la vida hay que esperar momentos más duros. Pensamos que mientras antes lo pasemos, mejor será el futuro. Si nos hacen daño, podemos pensar que la mente es muy inestable y es muy importante conocerla. Si nos vemos excesivamente orgullosos por cómo nos van las cosas, pensamos que todo es producto de nuestro esfuerzo y que sin seguir haciéndolo no podemos esperar un futuro similar. Cuando nos relacionamos con alguien que nos enfada, pensamos que esa persona está dominada por su mente y está sufriendo más que nosotros. Cuando sentimos una atracción desproporcionada por algo recordamos que nada perdura, todo es efímero y precario.
Es básico estar resuelto a no permitir que nada nos perturbe. Cuando sentimos contentamiento, llegamos a la convicción de que nada vale más que nuestra felicidad interna. Recordemos que las respuestas emocionales son medios de lograr cosas y de manejar nuestro mundo. Con el estado de satisfacción no queremos manipular ni lograr nada porque vivir sin deseos es la mayor plenitud.
Sin claridad interna es fácil que los acontecimientos nos arrastren. Hay muchas ocasiones en que nuestra torpeza puede confundir las prioridades y caer en el espejismo habitual. Tendencias como el afán de demostrar, el apego a tener razón, la necesidad de hacernos notar, sentirnos reconocidos, no querer ceder, desear ser correspondidos, sentirnos acompañados, mantener la excitación, la búsqueda de estímulos, la afición a pensar demasiado, la desconfianza, etc., desencadenan los acontecimientos que nos alejan de la serenidad.
Todas estas actitudes implican una elección y un desconocimiento de nuestro interior. Por ello es tan importante decidir lo que queremos de verdad y adoptar firmemente la postura del sabio. Es preciso llegar al convencimiento de que no necesitamos nada de eso porque la felicidad es interna.
En el fondo se trata de decidir entre el valor que le damos a nuestra personalidad, posición social, ambiciones, creencias y dogmas privados, frente al valor que tiene para nosotros vivir en paz. En nuestro mundo, nuestra cultura, la educación que recibimos, todo parece encaminarnos a dar valor a lo externo, lo aparente, lo que se percibe y se advierte; al mismo que se desestima lo interno.
Es curioso cómo los jóvenes que se rebelan contra el orden establecido sólo lo hacen contra las formas externas, nunca con los verdaderos valores. Les vemos cambiar de ropa, de peinado, de aspecto, de modas, de aficiones. Es difícil que alguien se plantee: "¿Qué me va a hacer feliz en la vida?".
Una vez llegó a la consulta de terapia un joven enviado por su madre. No estudiaba y perdía el tiempo tumbado o viendo la televisión. Empezamos a hablar y analizar la situación. La conclusión que sacamos es que él no creía en el estilo de vida de sus padres. Sin ser consciente, estaba enfadado con ese mundo, que para él era el único que existía. Era incapaz de reconocer su enfado y lo había transmutado en una agresión contra sí mismo en forma de apatía y desgana. Lo que nunca había decidido era ser feliz. Cuando se dio cuenta de que no necesitaba vivir con los valores de sus padres y que podía encontrar la manera de ser feliz si se lo proponía, pudo encauzar su agresividad hacia fuera y convertirla en el impulso para conseguir una vida tal como la deseaba.
Muchos adultos vivimos igual, sometidos a numerosas ideas, obligaciones y deseos, a los que damos prioridad frente a la felicidad interna. Esto incluye ciertas creencias que nos dan seguridad y preferimos mantener, antes que ser felices. Podría hacerse una inmensa lista de prioridades. Por ejemplo: ser eficaz, hacerse notar, lograr una posición económica y social, protegerse, controlarse uno mismo, vivir aislado, querer ser como los demás, dejarse llevar, vivir por costumbres, cumplir unas normas y principios, hacer que se cumpla la justicia, buscar la perfección, esperar aprobación, eludir el rechazo, querer ser imprescindible, etc.
Es cierto que no todas estas cosas son negativas, algunas son incluso favorables y útiles; el peligro surge cuando nos perdemos a nosotros mismos por efectuar cualquiera de ellas. Por ejemplo, ser eficaz es valioso e importante pero cuando por ser eficaz, olvidamos quiénes somos, qué necesitamos nosotros y los demás, cuál es el objetivo, etc., y nos obsesionamos con ello hasta trocarse una negación de la vida, entonces estamos dando más prioridad a una actitud que a nuestra satisfacción interna.
El caso es que creemos firmemente que estas cosas son la vía de la felicidad cuando, justamente, no ir tras ellas es lo que nos hará feliz. Estamos constantemente esforzándonos para conseguir algunas de estas cosas, y esa lucha implica inquietud, incertidumbre y el permanente desasosiego de perderlas.
Así nos alejamos de la paz interna. El contentamiento está aquí en el momento, sin hacer nada, en la simplicidad. En nuestra naturaleza está el gozo y el placer. Sólo cuando llegue el día en que nos demos cuenta, podremos respirar. Unas pocas personas, a veces, se dan cuenta cuando llega la vejez, pero aprender antes nos lleva a disfrutar y aprovechar mejor la vida.
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