El bien y el mal - Chuang Tzu
Los discípulos de Hai-Mo Peng, el Venerable Anciano, conversaban un día con su maestro mientras recorrían un escabroso sendero de montaña que conduce hacia el monasterio, célebre entre los reputados de Lu-Nan. En medio de la marcha el más avezado de los aprendices se dirigió al inmortal con estas palabras:
Maestro, háblanos del bien.
Hai-Mo Peng, cuyo buen humor era proverbial, disfrutaba en ese momento de la contemplación de un extraordinario paisaje agreste, pero condescendió al deseo del monje y así se expresó:
El que practica el bien se granjea fama de virtuoso. El que obtiene esa fama consigue honores. Quien consigue honores es buscado por la gente. Aquel a quien la multitud acude tiene poder. El que acumula poder siembra envidia y animadversión. Y el que ha sido causa de tan bajos
sentimientos termina, termina siempre creándose problemas. El camino del bien y el de la Perfección nunca se han cruzado.
Chu-Ting, otro monje de la comitiva, al escuchar estas palabras preguntó: Pero si no practicamos el bien ¿No podría el mal, destruyendo la virtud, adueñarse del mundo?
Siempre sonriente, contestó entonces el interpelado:
Si en una tinaja que solo contiene aire viertes agua hasta llenarla ¿Qué sucede con el aire que había?
Ante el imprevisto cuestionamiento, luego de vacilar un instante, responde el catecúmeno:
Me imagino que cuando el agua entra en la tinaja el aire es expulsado fuera de ella.
Pues así mismo sucede con el bien –razonó el sabio caminante; supón que el mal es el agua y el bien el aire; el mal desaloja a la virtud de la tinaja pero no la destruye, se limita a empujarla a otra parte.
Wan-Tse, que había logrado situarse al lado del maestro aprovechando que la trilla se ensanchaba, rompió el silencio surgido a partir de las últimas expresiones del iluminado para intervenir: Nos has hablado de los perjuicios que la práctica de la virtud ocasiona. ¿Significa lo dicho que el vicio, por el contrario, sería fuente de bienestar?
Al tiempo que contemplaba con atención una flor amarilla que acababa de recoger, respondió el sabio.
El que se entrega al mal perjudica a los que le rodean. El que con la violencia y el engaño perjudica, hace prosperar sus bienes y haciendas. El que se enriquece tiene poder. El que adquiere poder despierta la envidia y la maledicencia. Y el que tales sentimientos se granjea no puede vivir feliz ni disfrutar de lo que posee. El hombre sabio evita la infelicidad. El camino de la Perfección nunca se ha juntado con el del vicio.
Xuen-Pao, otro de los monjes que se dirigían al templo de Lu-Nam por aquel accidentado desfiladero, después de reflexionar un buen rato se explayó de la siguiente manera:
Venerable maestro, ¿no podría la consagración del bien terminar por destruir el mal?
La respuesta del Inmortal no demoró:
¿Recuerdas la tinaja que estaba llena de aire?... Supón que el aire es el mal; viertes en ella agua hasta colmarla, y el agua es el bien. ¿Qué sucede con el aire que había?
El aire –contesta Xueng-Pao-, es echado fuera y el agua ocupa su lugar.
Entonces –prosigue el maestro- la virtud nunca podrá destruir al vicio, solo será capaz de desplazarlo.
Pero –volvió a intervenir el monje que primero había hablado-, si la práctica de la virtud no es el Camino ni lo es tampoco la práctica del vicio. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo alcanzar la Perfección?, ¿Cuál es El Camino? Y habló el Iluminado:
Todos los caminos extravían porque al conducirte a un sitio te niegan la posibilidad de dirigirte a otro. No hay camino para alcanzar El Tao. Lo único que puedes hacer es vivir y quedarte sentado al lado de un árbol frondoso.
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