Cojo mi rostro con mis dos manos.
No, yo no lloro.
Cojo mi rostro con mis dos manos
para reconfortar mi soledad.
Dos manos protectoras,
dos manos que nutren,
dos manos impidiendo que mi alma
caiga en la cólera.
Es un poema sobre la cólera. La cólera es una clase de energía que os hace sufrir y que hace sufrir a las personas de vuestro entorno. Como monje, mi práctica es tal que cuando caigo en la cólera, he de cuidar mi cólera. No debéis dejar a la cólera destruiros, haceros sufrir. Hay algo que podéis hacer para aliviaros cuidando vuestra cólera. Entonces podréis vivir con gran alegría.
La energía liberadora.
Mi práctica es regresar a mi respiración para poder descubrir la cólera que hay en mí.
En primer lugar observáis una energía que llamáis la cólera. Se necesita otra clase de energía para cuidar nuestra cólera y debemos invitar a esta energía a estar allí para realizar ese trabajo. Esta segunda clase de energía es llamada la energía de la plena conciencia. En cada uno de nosotros existen las semillas de la plena conciencia y si sabemos cómo tocar esta semilla en nosotros, podremos generar esta energía de la plena conciencia y utilizarla para cuidar la cólera.
La plena conciencia es esta clase de energía que nos ayuda a estar al corriente de cuánto pasa en cada instante. Todo el mundo posee esta capacidad.
Aquellos que practican cotidianamente tienen una capacidad mayor para estar plenamente conscientes. Aquellos que no practican tienen también esta semilla en ellos, pero la energía es más débil. Si practicamos durante tres días, o cinco días, o siete días, esta energía de la plena conciencia aumenta mucho. Cuando bebéis agua y sabéis que estáis bebiéndola, esto se llama beber en plena conciencia. Durante este tiempo no pensáis en nada más. Concentráis todo vuestro ser, cuerpo y espíritu, en el agua. Hay plena conciencia, hay concentración y el acto de beber puede ser descrito como beber concienzudamente.
Bebéis con vuestra boca, pero igualmente con vuestro cuerpo y vuestra conciencia. Todo el mundo puede beber su agua en plena conciencia.
Así es como fui formado cuando novicio. Cuando camináis, lleváis toda vuestra atención sobre el acto de caminar. Sois conscientes de cada paso que dais. No pensáis en nada más. Concentráis simplemente vuestra atención sobre vuestros pasos y eso se llama caminar en plena conciencia y eso es real y maravilloso. Camináis de manera tal que cada paso os aporta solidez, libertad y alegría. Es posible allá dónde estéis.
Cada vez que debo desplazarme de un lugar a otro, siempre practico la meditación caminando, incluso si la distancia es de un metro o dos. Subiendo las escaleras, practico la meditación caminando. Descendiéndolas, practico la meditación caminando.
Subiendo a un avión, practico la meditación caminando. Trabajando en la cocina, practico la meditación caminando. No tengo otra manera de caminar y esto me ayuda mucho. Esto me aporta mucha transformación, curación y alegría. Espero que a su hora tendremos ocasión de practicar la meditación caminando juntos durante un cuarto de hora.
Cuando coméis podéis practicar la meditación de la comida en plena conciencia.
Durante la media hora de la comida, se puede tener mucha alegría y felicidad porque en mi tradición la comida es una práctica profunda. Uno se sienta en una posición estable. Se mira la comida. Con atención sonreímos a este alimento y lo miramos como un embajador del cielo y de la tierra. Cuando miro un bocado de judías, puedo ver una nube flotar. Puedo ver la lluvia. Puedo ver el sol. Puedo realizar que el bocado de judías es verdaderamente un embajador de la tierra y del cielo. Y cuando lo introduzco en la boca, tomo conciencia que son judías lo que he metido en mi boca. No introduzco otra cosa como mi tristeza, mi miedo, mi cólera, mi proyectos; y cuando mastico mi bocado de judías, sólo eso mastico. No mastico mis proyectos o mi miedo o mi cólera. Lo mastico concienzudamente implicándome al cien por cien. Me siento unido con el cielo, la tierra, con los campesinos que lo cultivaron, con las personas que cocinan.
A veces cocino yo también para ellas. Comiendo de esta manera, siento que la solidez, la libertad y la alegría son posibles y que la comida no sólo nutre mi cuerpo, sino igualmente mi alma, mi conciencia y mi espíritu. Comer es una práctica profunda.
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