La clave de la alegría es no estar ensimismado.
Si las turbulencias nacen por centrarse en los deseos y necesidades surgidos de un yo, representado en su más alto nivel por el ego, que cree que así logrará la felicidad y alejar el sufrimiento, entonces un método opuesto resulta eficaz en la búsqueda de la felicidad.
El ser humano lleva mucho tiempo buscando la felicidad haciendo válidos sus deseos y sus expectativas por medio de la manipulación y apropiación de cientos de objetos externos. No lo ha logrado, y eso significa que algo ha fallado; lo vemos ahora por ejemplo con la destrucción generalizada del medio ambiente, o la violencia desatada en todos los rincones del mundo, o la miseria de millones de personas en un mundo de abundancia y tecnología.
El sufrimiento se reviste hoy de enfermedades del corazón, de un estrés que mata a miles de personas a diario, de abandono a niños y viejos que sobreviven en un estado miserable en las calles de todos los países, desarrollados y subdesarrollados. Quizá el error del progreso y del crecimiento económico centrado en el ego haya creado mucho más sufrimiento y mucho menos felicidad de lo que de verdad podemos observar y sospechar.
La agitación caótica de pensamientos anula toda posibilidad de realizar acciones positivas que den respuesta eficiente a los problemas más graves de la sociedad, que ahora se han convertido en los obstáculos más serios para asentar estadios de felicidad, calma y satisfacción que garanticen un crecimiento sustentable entre los pueblos y las naciones.
El cambio del mundo externo se inicia con el cambio interno en cada uno de los corazones. Ese cambio requiere educar y cultivar una conciencia capaz de vigilar y controlar las puertas de los sentidos, pues a través de ellos se filtran los deseos y las pasiones.
Ahora bien, la pregunta clave para hacer realidad aquella vigilancia de la mente es: ¿Dónde está habitando en este momento mi mente?
Sólo así podemos descubrir si ésta crea causas y condiciones para generar apego a las cosas que nos agradan, aversión a las que nos desagradan, o indiferencia a las cosas que ignoramos porque no nos incumbe su existencia. Es así como podemos observar que las turbulencias mentales son las raíces del sufrimiento.
En este sentido, la enseñanza toral de Buda Shakyamuni consiste en el aprendizaje de diversos métodos para eliminar los anhelos infundados: el apego ilusorio, la pasión sin límites y el deseo neurótico. En dominar estas actitudes erróneas y no virtuosas reside la clave para que la felicidad y la alegría aparezcan como estados mentales familiares y habituales.
El objetivo principal del budismo se enfoca en controlar la ansiedad que surge por el apego a la vida, en la búsqueda de la seguridad y el placer, y el rechazo a la muerte o a la impermanencia de todo. El engaño sensitivo y perceptivo conduce a estados emocionales afligidos, ya que provienen de nuestros órganos cerebrales más antiguos se encuentran en las sociedades más arcaicas de la humanidad. En tal virtud, los estados mentales perturbados y las aflicciones emocionales aparecen como si fueran parte de la naturaleza propia del ser humano.
Para hacer trascendentes las acciones se debe comprender que uno no sólo quiere ser feliz y evitar sufrir, sino que se trata de una aspiración común a todo ser sintiente. Bajo este principio se desarrolla la compasión, el antídoto para el egoísmo y el ensimismamiento. El simple hecho de pensar en que los demás sean felices, que encuentren paz y bienestar, hace que el ego quede relegado a un segundo plano.
El amor, entonces, significaría que todos los seres encuentren las causas de la felicidad, y la compasión sería el deseo de que dejen de sufrir.
Como lo enseña el Dalai Lama, lo que “más perturba nuestra paz y nuestra felicidad es el odio y la maldad”. Estos estados negativos suelen dirigir o determinar las acciones mentales De acuerdo con el budismo, frente a la cólera y la ira se debe cultivar un espíritu sereno, relajado y abierto. Porque una vez que aquéllos dominan todos los pensamientos en un momento dado, resulta sumamente difícil controlarlos, por lo que hay que fomentar una conciencia plena que se mantenga a gusto consigo mismo y con los demás.
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