No nos convertimos en monjes o monjas para comer bien, dormir bien y estar muy cómodos, sino para conocer al sufrimiento:
1. cómo aceptarlo...
2. cómo liberarnos de él...
3. cómo no causarlo...
Por lo tanto, no hagan aquello que causa sufrimiento, como dejarse tentar por la codicia, o éste nunca los dejará.
En realidad, la felicidad es sufrimiento disfrazado, pero de una manera tan sutil que usted no lo ve. Si usted se aferra a la felicidad es lo mismo que si se aferrase al sufrimiento, pero no se da cuenta.
Cuando se apega a la felicidad resulta imposible deshacerse del sufrimiento intrínseco. Son así de inseparables.
Es así como el Buda nos enseñó a conocer al sufrimiento, a verlo como un daño inherente a la felicidad, a verlos equivalentes. Por lo tanto, ¡cuídese! Cuando aparezca la felicidad no se ponga demasiado contento ni se entusiasme. Cuando surja el sufrimiento no se desespere, no pierda la cabeza. Observe que ambos tienen idéntico valor.
Cuando el sufrimiento aparezca, entienda que no hay nadie para aceptarlo. Si cree que el sufrimiento es suyo, que la felicidad es suya, no será capaz de tener paz.
Las personas que sufren, como consecuencia, lograrán obtener sabiduría. Si no sufrimos, no contemplamos. Si no contemplamos, no nace ninguna sabiduría. Sin sabiduría no conocemos. No sabiendo no podemos estar libres de sufrimiento – ése, precisamente, es el modo en el que son las cosas. Por lo tanto, debemos entrenarnos y persistir en nuestra práctica.
Entonces, cuando reflexionemos sobre el mundo, no estaremos atemorizados como antes lo estábamos. El Buda no fue iluminado fuera del mundo sino dentro del mundo en sí mismo.
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