El ser humano es por naturaleza un ente sociable, en constante interacción con sus semejantes; de ahí se sigue que toda acción tiene una repercusión significativa en la vida de los demás. Los intereses de una persona, en este sentido, no pueden ser independientes de las otras.
Y, por lo tanto, la conclusión es que mi felicidad depende de la felicidad de los demás.
Cuando nos rodeamos de gente feliz, es muy probable que uno mismo también lo sea. Por lo consiguiente hacer lo más posible para que las personas que nos rodean sean felices, genera mayores garantías de producir nuestra propia felicidad.
Las soluciones a las condiciones adversas y a los problemas personales y sociales dependen de la capacidad de cooperación entre cada agente involucrado. El Dalai Lama explica que resulta muy poco sensato, hasta inmoral, buscar sólo la propia felicidad, sin tener en consideración que lo mismo buscan las personas que nos rodean.
Los métodos que usa el ser humano para ser feliz y evitar el sufrimiento, por tanto, tienen que considerar que no deben afectar los derechos de felicidad de los demás, ni propiciar sufrimiento en las personas o en otras vidas animadas.
Si los demás son infelices, resulta muy complicado para uno ser feliz en ese contexto.
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