El zen no tiene teoría - Osho




El zen no tiene teoría. Es un enfoque no teórico de la realidad. No tiene doctrina ni dogma, de ahí que carezca de iglesia, de sacerdotes, de papa.


La teoría está muy limitada; el zen es una experiencia ilimitada. El zen es más parecido al amor, no puedes definirlo. El zen es muy terrenal.

Si hablas con gente zen china y japonesa acerca de las grandes escrituras budistas, dirán: “Quémalas de inmediato. Todas las teorías abstractas no son más que tonterías. Apartan al hombre de la realidad”.

Para mí, el zen es una de las mayores síntesis que se han dado, un fenómeno trascendental. La primera cosa al respecto es que es existencial, no teórico. No dice nada acerca de la verdad, sino que te ofrece la verdad tal cual es. Sólo te despierta. Te sacude para despertarte, te grita para despertarte, pero no te ofrece teorías, ni doctrinas, ni escrituras, la única religión capaz de destruir todos los ídolos, y también todos los ideales.
El zen carece de teoría. Eso es algo único del zen.

“Pero ¿no es natural que un estudiante zen hable del zen?”, preguntó el estudiante, perplejo.
     
... Primero es que en el zen no hay teoría; segundo, que no puede haber nadie que se denomine un “estudiante” zen. No es posible.  Un estudiante busca teoría. Un estudiante quiere ser sabedor. Un estudiante acude a una serpiente, no a un maestro. Un estudiante acude a un profesor. Un estudiante va al colegio, a la universidad, a un instituto.
El zen no tiene estudiantes. El zen carece de teorías, y por lo tanto, no puede tener estudiantes, ni profesores. Sí, cuenta con maestros y discípulos. Un maestro no es un profesor, recuérdalo. El trabajo de un maestro es exactamente el contrario que el del profesor. El profesor te enseña, el profesor te hace aprender muchas cosas. El maestro te ayuda a desaprender. El maestro es el antídoto del profesor. En el diccionario hallarás que quiere decir lo mismo, pero recuerda que, al menos en el mundo del zen, no son lo mismo.
   
El discípulo no anhela conocimiento; quiere ver, no saber. Quiere ser. Ha dejado de estar interesado en acumular conocimiento, y lo que quiere es tener más ser. Su dirección es completamente distinta.  Si para tener más debe deshacerse de todo su conocimiento, está listo.  Está preparado para sacrificarlo todo.
En el interior de un discípulo, la memoria empieza a desaparecer poco a poco.
Ha dejado de cargar con el peso del pasado. Sólo sabe lo esencial. Su conocimiento es utilitario. Pero su consciencia empieza a crecer. Su energía se traslada de la memoria a la consciencia.
No quiere seguir padeciendo ningún tipo de cautiverio; lo que uno quiere es ser libre, totalmente libre. Esa rebelión, esa necesidad de libertad total, es mumuksha. En Occidente, no hay palabras para traducirla. Podemos decir que es el deseo de pasar a ser carente de deseos; el deseo de ser tan completamente libre que ni siquiera quiere rastro de ese deseo.
   
¿Entonces para qué acudir a un maestro? ¿Qué sentido tiene acudir a un monasterio zen si no se puede hablar? Es natural.
Pero para un discípulo no lo es. Un discípulo se ha convertido en un hombre silencioso. Un discípulo sabe que estar en silencio es natural. Escuchar al maestro en silencio. De hecho, no se trata de escuchar demasiado sus palabras, sino de escuchar su silencio, que siempre está tras las palabras. Empiezas escuchando sus palabras, pero poco a poco vas escuchando el silencio. Poco a poco, lentamente, te gradúas de las palabras y pasas al silencio.
Poco a poco, lentamente, tiene lugar un cambio, cambia la concepción global: dejas de estar interesado en lo que dice el maestro, y empiezas a ocuparte de lo que es.

El maestro no mantiene ninguna relación con el mundo; no está encantado con el lenguaje ni lo odia. No, el maestro no está en contra, simplemente es libre respecto de él.  No mantiene ninguna relación con el lenguaje, ha roto el puente. Vive sin lenguaje. Vive sin pensar. Vive en mo chao, en silencio, en un reflejo sereno. Es un espejo.

La gente zen dice que existe una constante lucha entre la cabeza y el estómago, y la cabeza gana al estómago. La cabeza es muy destructiva para el estómago. Y el estómago es la auténtica sede de tu ser. La cabeza se ha convertido en el dictador a causa del lenguaje, las palabras, las teorías, la educación, el aprendizaje y el conocimiento. La cabeza se ha convertido en tu sede. Hay que desechar esa cabeza, y al hacerlo no perderás nada. Al vivir con la cabeza sólo vives a través de palabras muertas que no pueden satisfacerte, ni liberarte. La cabeza contra el estómago.

Precisamente la otra noche estuve hablando sobre un maestro zen que solía tener dos muñecas a su lado. Eran casi iguales, pero en su interior había una diferencia. A una le pesaba demasiado la cabeza, tenía un pedazo de metal dentro. A la otra le pesaba mucho la parte de abajo. Tenía un pedazo de metal en el estómago. Y parecían iguales, incluso estaban vestidas del mismo modo.  Y siempre permanecían sentadas una junto a la otra.
Y cuando se presentaba alguien y preguntaba: “¿Qué es el zen?”, o; “¿Qué es la meditación y cómo se llega?”, lo primero que hacía el maestro era empujar una de las muñecas –la de la cabeza pesada-, que caía redonda y no podía ponerse derecha. ¿Cómo iba a poder con aquella cabeza tan pesada?   A continuación empujaba la otra muñeca, la que tenía el trasero pesado, así que tampoco es que pudiera empujarse mucho, pero saltaba hacía atrás y acababa sentada en la postura del Buda.
Y entonces el maestro decía: “Esto es zen, el estómago. Esto es Oriente, el estómago”.
  
El vientre es la fuente de tu vida. Te hallabas unido a tu madre por el ombligo; ahí es donde empezó a palpitar la vida. La cabeza es el rincón más alejado de tu existencia, el centro es el ombligo. Tu existencia, tu ser, reside ahí. puede que tu pensar esté en la cabeza, pero pensar es una especialidad. De igual manera que utilizas las manos para ciertos propósitos, las piernas para otros, los ojos para otros distintos, y las orejas y la nariz... pues también utilizas tu cabeza, tu mecanismo cerebral, para pensar.
 
Y  tú también has tenido de vez en cuando algún vislumbre acerca de que el cerebro no es la mente.
Tú y tu cerebro sois dos cosas. El cerebro es uno de tus mecanismo, como cualquier otro, esta mano es un mecanismo que yo utilizo. Mi cerebro es otro de mis mecanismos. ¿Dónde radica la sede de la mente? El zen dice que en el estómago, en el vientre, en el ombligo,
donde apareció exactamente la primera palpitación, para luego expandirse por todo el cuerpo. Regresa ahí.

El intelecto es muy, muy limitado; la intuición es infinita
. La intuición siempre proviene del vientre. Siempre que sientas que te llega una intuición –una corazonada-, lo hace a través del vientre. El vientre es el primero en quedar afectado. Cuando te enamoras no lo haces con la cabeza, por eso aquellos que tienden a hacerlo todo con la cabeza dicen que el amor es ciego. Y sucede porque no tiene nada que ver con el cerebro. Cuando te enamoras, te enamoras desde otra fuente.

Fíjate: si dices una cosa luego no puedes decir lo contrario; te lo has prohibido. Pero en la existencia, los opuestos existen juntos. La vida existe con la muerte; el amor existe con el odio; no lo niega. No es que el amor exista y entonces el odio desaparezca. ¡Existen juntos! La luz existe con la oscuridad; pero si construimos una frase, si decimos: “En la habitación había luz”, no puedes decir a continuación: “La habitación estaba a oscuras”. Ahora es imposible. Lo has confinado, has desechado la paradoja. La existencia es paradójica.
Y yo llamo zen al camino de la paradoja. La intuición es paradójica. No es lineal, es multidimensional.

La cabeza es destructiva, deséchala. Pero abandonarla no significa que no la utilices. Debes hacerlo, pero no debes ser utilizado por ella.






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