¿Qué crees que pasaría si de repente no tuvieras deseos de nada, no quisieras cambiar nada de lo que está sucediendo en tu propia vida o en el mundo, y permanecieras atento a lo que ocurre?
En nuestro cerebro hay un ser que nos está diciendo continuamente lo que tenemos o no tenemos que hacer, lo que nos gusta y lo que no nos gusta tanto, lo que perseguimos y lo que no queremos encontrar, y vamos por la vida buscando cosas, esperando que sucedan cosas, deseando que se cumplan nuestras ilusiones y encontremos paz y felicidad.
En el supuesto caso que no tengamos trabajo, que es principalmente una cuestión de supervivencia, la actividad del cerebro es todavía mayor en cuanto a lo que tenemos o no tenemos que hacer, y surgen temores, y vamos por la vida tratando de encontrar una oportunidad en cualquier situación que surge.
Quizás nunca se nos ha ocurrido hacer el ejercicio de pararnos mentalmente o psicológicamente. Hay personas que hacen meditación, se van una hora a una sala donde no se sabe muy bien que hay que hacer aunque no haya que hacer nada y creen estar haciendo algo diferente a lo que normalmente hacen. En ese contexto meditar es una actividad más, es un deseo más con un aspecto diferente, es una ocupación.
De repente uno se sienta en el sillón de casa, en el poyete del patio, en una piedra en el monte o al lado del río, y deja mentalmente que sucedan las cosas. Eso significa que en lugar de decirle a la vida lo que hay que hacer uno se deja llevar hasta que la vida le dice a uno lo que hay que hacer. Esto puede sonar un poco ridículo o con cierta falta de sensatez, pero si no intentamos hacer algo creativo quizás nuestro destino ya esté escrito hace mucho tiempo.
Cuando los deseos se paran, se esfuman en el aire, surge algo que está más allá del tiempo. Ahora no se trata de eliminar los deseos ni nada por el estilo, simplemente se está proponiendo hacer el ejercicio de imaginar por un momento, que puede ser más o menos largo dependiendo de lo que uno quiera probar, que no hay deseos, que todo está como debe estar y que uno no tiene nada que hacer en esta vida salvo observar esperando que la vida te diga lo que has de hacer y en esa espera simplemente mirar lo que sucede o lo que se siente o lo que pase sin pensar que tiene que pasar algo concreto o que se debe mirar de una forma determinada.
Este ejercicio o actitud se podría expresar como movimiento psicológico cero, o libertad de movimiento total, es decir, no hay deseo y por consiguiente lo que uno haga está bien hecho siempre que no sea por deseo personal.
Si uno se acuerda que tiene que ir al médico pues va al médico, si uno recibe una llamada por teléfono pues coge el teléfono, si es la hora de comer y uno tiene que hacer la comida pues la hace. No se trata de no hacer lo que inevitablemente hay que hacer sino de no hacer lo que queremos hacer, de dejar a un lado nuestra identificación, nuestros intereses, y dar pie a crear un espacio de observación amplio y ver como transcurre la vida sin nuestro protagonismo.
¿Quién sería capaz de realizar este pequeño e inocente ejercicio y ver qué sucede en un rato, en un día o en una semana? A veces da la sensación que comprendemos cosas pero que nunca damos un paso en firme que nos haga transformarnos. Podemos llegar a ver hechos que estaban ocultos para nuestros ojos y en lugar de permanecer con ellos lo que hacemos es convertirlos en ideas y desde ahí nos conducimos. La observación de los hechos, el encuentro con la realidad, debería transformar nuestras vidas pero lo cierto es que no es así.
Necesitamos liberar energía que está ocupada en nuestra vida personal a través de las responsabilidades, ocupaciones o a través de los deseos y dejar que dicha energía libre tenga su efecto sobre nosotros.
Supongo que no es fácil compartir con otra persona un espacio de libertad donde ambas confluyen y se encuentran sin un propósito determinado más allá de crear el momento que un instante antes no existía.
Crear es una bella palabra cuyo significado es nacer. No solo nacen bebes, también nacen momentos, y también nacen palabras en el aire que pueden viajar más allá del tiempo y el espacio. Crear también es morir, dejar de existir para siempre, y ello encierra una hermosura indescriptible como un sueño eterno de donde jamás se regresará.
No somos creadores y a lo sumo somos creativos o imitadores. Estamos como acomplejados, sin inocencia, y no nos permitimos crear un instante, volar como palomas, flotar en el aire, atravesar con la mirada a otro ser humano y llegar a su alma perdida en un rincón del universo. A veces siento el viento acariciar mi piel desnuda y de repente soy el mismo viento cursando los cielos, atravesando bosques, acariciando las hojas mientras se precipitan al suelo y silbar entre las ramas del viejo roble.
Una cosa es la imaginación y otra muy diferente es la creación. Imaginando que un día cambiarán las cosas vamos envejeciendo, pero cuando creamos vivimos y somos la expresión de la vida en movimiento.
¿No te gustaría crear algo, crearte a ti mismo y surgir de la nada como una luz verde esmeralda capaz de tocar el corazón humano sin que la vieran y sin que supieran de su existencia?
Cada trocito de vida puede ser una preciosa joya si tú mismo eres el creador de ella, pero para que ello suceda no puede haber deseos, ni complejos, ni imaginaciones y no perder de vista que eres ese movimiento donde la relación nace.
¿Qué más te puedo ofrecer que sea limpio y sincero? He ido hasta los confines del universo para encontrar esta invisible luz que se ha derramado en forma de palabras y para que en esta vida de sueños despertemos siendo una luz para nosotros mismos.
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