O bien se está en la existencia o en el yo, pero ambas cosas no son
posibles. Estar en el yo significa estar aparte, ser separado. Estar en
el yo significa convertirse en una isla. Estar en el yo significa trazar
una línea de separación a tu alrededor. Estar en el yo significa
realizar una distinción entre “esto soy yo” y “esto no soy yo”. La definición, la
separación entre “yo” y “no yo”, es lo que es el yo; el yo aísla.
Y te congela, dejas de fluir. Si fluyes, el yo no puede existir;
por eso la gente parece cubitos de hielo. Si carecen de toda calidez no
pueden albergar nada de amor. El amor es calidez, y ellos tienen miedo
del amor. Si les llega algo de calidez, empiezan a deshacerse y
desaparecen las fronteras. En el amor desaparecen las fronteras; en la alegría también
desaparecen, porque la alegría no es fría. El yo es muy frío.
Nacer, vivir, significa fluir, ser cálido, deshacerse, disolverse, no saber dónde se acaba y dónde comienza la existencia, desconocer los límites, permanecer en esa
consciencia difusa. Eres consciente, desde luego, pero no hay
consciencia de la propia identidad.
La consciencia puede convertir al ser humano en el ser más feliz
de la tierra. Es una gran oportunidad... pero justo al lado acecha un
peligro. La consciencia puede convertirse en egocentrismo en cualquier
momento, y en el instante en que la consciencia se vuelve egocentrismo,
lo que iba a ser gozo se torna maldición. Te conviertes en algo muerto.
Entonces sólo pretendes estar viviendo, te lo crees. Pero lo único que
haces es arrastrarte, esperar a que llegue la muerte y te libere de esta supuesta vida.
El enfoque zen trata de cómo volver a convertirte en un no-yo.
De cómo volver a disolver las demarcaciones, cómo no aferrarse a estas
demarcaciones. Cómo volver a abrirse. Cómo ser vulnerable, cómo estar disponible para la existencia, de manera que pueda penetrarte hasta la médula.
Confinarse en el yo es la desgracia. Ese es el infierno. No esperes ningún otro infierno, ya estás en él. Tu ego es tu infierno. No hay otro. No pienses en un lugar
profundo, oculto bajo la tierra. Está aquí, ya estás en él, está en ti.
Viene con el ego.
Debemos comprender este fenómeno del ego. Una vez que lo comprendamos,
el zen se torna muy claro. Entonces el zen resulta ser una metodología
muy, muy sencilla. Una vez que en ti surge la comprensión de qué es este
yo, puedes convertirte fácilmente en no-yo. Esa comprensión misma te
libera del yo.
Al surgir la comprensión el yo empieza a desaparecer, de la misma manera
que cuando enciendes la luz en una habitación desaparece la oscuridad.
Primero hay que entender que cuando nace un niño carece de ego.
No sabe quién es. Es una hoja en blanco. A partir de entonces empezamos a
escribir en él. Le decimos que es un niño o que es una niña, que es
musulmán o hinduista, que es bueno o malo, que es inteligente o
estúpido. Empezamos alimentarle ideas. Empezamos a proporcionarle ideas
acerca de quién es.
Que si es hermoso o no, obediente o desobediente, amado o no amado,
necesitado o prescindible... un continuo torrente de ideas. Esas ideas
se van acumulando en su consciencia, y el espejo empieza a cubrirse de
mucho polvo y algunas de las ideas comienzan a fijarse, a enraizarse en
el ser del niño. Empieza a pensar de la manera que le has enseñado.
Poco a poco, se olvida totalmente de que llegó al mundo como pura
vaciedad. Empieza a creer. Y un niño confía sin límites. Confía en todo
lo que le dices. Te ama.
Todavía no duda, todavía no sospecha. ¿Cómo podría sospechar? Es tan
puro... es sólo pura consciencia, puro amor. Así que, cuando su madre le
dice algo, él confía.
Ahora los psicólogos dicen que si le repites algo a una persona continuamente, acaba convirtiéndose en eso.
Te conviertes en lo que piensas que eres. Bueno, no es que te conviertas
en ello, sino que esa idea se enraíza profundamente, y de eso es de lo
que trata el condicionamiento.